miércoles, 8 de julio de 2009
Viento. Por Pablo Convers.
Viento que cuidadosamente aras la tierra y llevas las nubes blancas como mansas ovejas. Viento que estas y nadie te escucha salvo cuando desatas la ira sobre mares, costas y planicies. Padre de las aves, soplas en cada rincón de los laberintos más profundos, de ciudades en ruinas y de calles apacibles en una tarde de verano, haciendo montañas de ásperos y ligeros granos de arena.
Que me has traído del ayer.
Música para los guadales que entre danzas responden a tu canto, agitando sus hojas, juntando sus largos y flexibles troncos.
Viento del sur que traes hoy contigo.
Inercia. Por Fufis Raskolnikov (Luis F Pérez)
Y le dolía el alma. Para rematar todo, le dolía el alma. Perfecto, entonces absolutamente todo lo que podía salir mal iba, efectivamente, mal. Murphy, el desgraciado la hizo bien. Nos jodió a todos con esa ley innecesaria. Antes de él, las cosas que podían salir mal no siempre salían mal, pero después de él las cosas siempre saldrán mal.
Giró a la izquierda en la esquina. Hacía rato que estaba dando vueltas alrededor del centro, en parte porque aún no lo sabía, en parte porque le temía un poco a ese territorio desconocido. Encendió un cigarrillo con el pucho del pasado. Seguía caminando por la simple pereza de detenerse. En lo que respecta a su mente, estaba masticando, rumiando todo cuanto podía abarcar, tanto consciente como inconscientemente. Cada vez se sentía más carente de impulso, de motivación y sin embargo sabía que debía continuar. No podía oponerse a las reglas, él no era ningún genio para lograr quebrarlas. Cambió de acera, y entró a un bar.
No había necesidad alguna de beber. El trago no tenía nada que ver con su situación, y definitivamente no la iba a afectar en forma alguna. Entonces, ¿por qué beber? No sabía, tal vez alguna ley estúpida que se inventaron para dañarles la vida a más personas, alguna ley bajo la cual se regía su vida. Ordenó una cerveza. A estas alturas de la noche (y de la vida) su mente había perdido toda capacidad de raciocinio, estaba hecho un zombi de la sociedad, de su pasado, y de las cosas que siempre lo han rodeado, en general.
A la octava cerveza las cosas seguían igual, solo que totalmente fuera de foco. Tal vez era también porque hacía poco había perdido sus gafas. Qué cosa tan carente de sentido, emborracharse cuando las cosas van mal. Otra imposición social totalmente inútil, que seguía sin siquiera preguntarse el por qué. Agh… esa constante necesidad de las personas de intentar entrar en la cuadrícula para no llegar al último aliento sabiendo que siempre han estado solas, buscando refutar inútilmente la ley que dicta que la soledad es la condición natural humana por excelencia.
Tiempo después, cuánto -no se sabe-, le pidieron dinero a cambio del trago. Las reglas del trueque no habían sido establecidas, lo cual es totalmente injusto. <>. Aguantando frío, sin un solo peso ya que lo último que tenía se lo habían arrebatado, siguió caminando, sin poder frenar aún ese impulso de moverse con las cosas, pensando y destruyendo su cabeza al mismo tiempo, mientras que intentaba recordar el por qué de su situación del momento.
Sin saberlo, sus leyes mentales, sus pasos, su vida entera lo llevaban en su deambular sin destino, se movían con él. Y aunque no era consciente de ello, iba hacia el centro de la ciudad. Tambaleándose, en medio de un callejón vacío, se detuvo debajo de una lámpara fundida, en un parche oscuro de la calle. Empezó a dejarse llevar por el vértigo cuando lo golpeó la idea. Pues claro eso tenía que ser el centro: el rincón oscuro rodeado de luz, el corazón solitario rodeado de masas, el frío que te entra hasta los huesos. Infinitas posibilidades de no hacer nada, de no ser nada.
Diálogos camboyanos. Desde China por Laura Pérez
¿Qué impulsa a una persona a aprender otro idioma? ¿Qué tipo de estímulos y de ambientes pedagógicos se requieren para adquirirlo adecuadamente? En Colombia el dominio de un idioma distinto al español cubre al conocedor de una poderosa capa intelectual, social y económica: se entiende como alguien de élite, con medios para dedicar su tiempo a algo como tomar lecciones de otro idioma, y frecuentemente con capacidad financiera para costearse viajes de inmersión lingüística en otros lugares del mundo. Pero, ¿realmente debería dársele esta connotación tan elitista a algo que nos hace tan tremendamente humanos? Hay culturas con una aproximación distinta al estudio de los idiomas, e incluso ambientes donde esto ocurre casi sin conciencia de ello, más por cuestiones de supervivencia que por conveniencia profesional o pretensiones sociales.
Hay un lugar que, con mucho dolor pero a la vez con un encanto irresistible, ilustra este punto. Su nombre oficial: Reino de Camboya. ¿Alguien sabía que Camboya es un Reino? ¿Alguien sabe en dónde queda Camboya? ¿Han oído tal vez sobre su historia, antigua o contemporánea? Si lo ha hecho, ha logrado con éxito instruirse en temas que aparentemente no revisten ninguna importancia en el contenido promedio de un colegio occidental o de los medios de comunicación de nuestro lado del mundo. Yo lo ignoraba todo sobre Camboya, nunca en ninguna clase que haya tenido en mi vida me hablaron de aspecto alguno de este país, y de hecho lo sigo ignorando todo, tan sólo tuve un vistazo breve a su fascinante complejidad y quedé con un sabor dulce-amargo en la boca que me dejó llena de curiosidad. Las siguientes son algunas conversaciones que tuve o escuché entre el 4 y el 9 de Agosto de 2008, en un viaje a las ruinas de la ciudad antigua de Angkor en Camboya, un país que es a la vez un universo propio y una muestra representativa de las tensiones y los intereses que hacen de este mundo el lugar lleno de tristeza que todos conocemos.
Diálogo #1
(Son las 6 o 7 de la mañana. Un grupo de niños vendedores de libros y artesanías juega sobre la tierra. Entre ellos hay una niña de unos 4 o 5 años, local, de piel muy café, ojos grandes y serios, un vestidito y unos pantaloncitos pegados hasta media pantorrilla, y descalza. Se acerca a una mesa donde algunos turistas desayunan, en una de un conjunto de casetas con mesas plásticas, sillas, y cocinas pequeñas en el fondo de cada local. El día es oscuro, es temporada de lluvias en Camboya y el suelo es una gran piscina de lodo. Las casetas están ubicadas al lado de un templo que forma parte, a su vez, de un famoso complejo de templos antiguos Khmeres. Los turistas intercambian unas palabras, y la niña inmediatamente identifica el idioma en que se comunican: español. En seguida, lanza su ofensiva.)
Niña (en español, dirigiéndose a una joven del grupo, y enseñándole unos abanicos de madera):¡Señorita, cómprame uno por favor!
(La turista voltea, atónita, a buscar la fuente de estas palabras en español, y encuentra a esta diminuta niña)
Niña: ¡Señorita, cómprame, cómprame uno!
Turista (visiblemente sorprendida): No, gracias.
Niña: ¡Señorita, cómprame uno! ¡Son baratos!
(La niña insiste, pero la turista dice de nuevo “no, gracias”. Decidida a hacer una venta, a continuación se dirige hacia un joven del grupo)
Niña (dirigiéndose al joven, en español, y enseñándole los abanicos): Señorita, cómprame uno!
(Otra niña camboyana, un poco mayor, también perteneciente a la tropa de pequeños vendedores la oye, cae en cuenta de su error al dirigirse al joven como “señorita” y se acerca para corregirla).
Niña nueva: No! (Señalando al joven) No señorita! (Señalando a la joven de antes, y asintiendo con seguridad) Señorita, señorita! (Ahora, señalando al joven, e igualmente asintiendo con seguridad) Señora, señora! (Después, mira a cada uno alternadamente, y va repitiendo) Señora, señorita…. Señora, señorita!
Niña: Señora, cómprame uno…!
Diálogo #2
(A la entrada de un templo un grupo de niños vendedores espera turistas para ofrecerles sus productos. Llega un tuk tuk (una motocicleta con un remolque con sillas pegado que cumple funciones de taxi) del que descienden dos turistas, y de inmediato los niños se dirigen a ellos. Los oyen murmurar entre ellos y de inmediato establecen que hablan español. Una chica de unos 13 o 14 años se dirige a una de los turistas)
Chica vendedora: (en español) Cómprame pantalones señorita! Uno por tres mil, tres por siete mil! Bonitos, bonitos!
Turista: (sonriéndole a la chica, siempre sorprendida de que estos chicos vendedores se dirijan a ella en español) No, gracias. (Ambos turistas continúan hacia el templo, caminando despacio, y la tropa de niños vendedores los sigue, todo el tiempo ofreciéndoles sus artesanías. Alrededor de los turistas, empiezan a surgir diálogos entre los niños).
Chica vendedora: Cómprame pantalones, señorita, cómprame pantalones! Uno por tres mil, tres por siete mil! Bonitos, Bonitos!
Niño vendedor: (este niño se ve menor que la chica de los pantalones, va caminando con la tropa de pequeños negociantes. Habla en español.) No, no compro.
Chica vendedora: Cómprame, cómprame pantalones! Bonitos, bonitos! Uno por tres mil, tres por siete mil! Muy baratos!
Niño vendedor: Que no! Muy caros.
Chica vendedora: Cómprame pantalones! Son muy baratos!
Niño Vendedor: Que no! Que no! Son muy caros!
Chica vendedora: Que si! Que si! Tres a siete mil!
Niño vendedor: Que no! Cinco a siete mil!
(En este punto, ambos turistas se miran entre ellos absolutamente sorprendidos. Un par de niños camboyanos caminando por un templo incrustado en la selva están practicando cómo se vende y regatea en español, por su propia iniciativa, y lo están haciendo bien!)
Niño vendedor: Son muy caros, muy caros! Que no! Que no! Seis a siete mil!
Chica vendedora: Seis a diez mil!
Niño vendedor: Seis a veinte mil!
Chica vendedora: Seis a cien mil!
Niño vendedor: Seis a un millón! (Y aquí, en vista de que no iba a lograr vender mucho, se alejaron de los atónitos turistas…).
Diálogo # 3
(Los pobres turistas se sentaron a la mesa de una caseta de las antes mencionadas a pedir algo de comer una mañana, antes de las 7 de la mañana. Una niña alta, de pelo muy largo, liso y negro, se acercó con el menú del lugar y les tomó su pedido. Después de transmitírselo a su madre, encargada de prepararlo, volvió a la mesa armada con una cesta llena de libros fotocopiados, y empezó el proceso de venta de su mercancía)
Niña vendedora: (en inglés muy fluído, dirigiéndose a los turistas) ¿De dónde son?
Turistas: (cansados de lo repetitiva que se había vuelto esa pregunta) De Colombia.
Niña vendedora: Si adivino la capital de Madagascar, ¿me compra un libro?
Turistas (interesados por la propuesta, y sin la más remota idea de cuál era la respuesta): ¿Te sabes acaso la capital de Madagascar?
Niña vendedora: Si se las digo me lo compran!
Turistas: Tal vez…. ¿Cuál es la capital?
Niña vendedora: Antananarivo! Ahora, si les digo la capital de Ghana, ¿me compran un libro en serio?
Turistas: (pensando que tal vez la chica ya había preparado esas capitales por adelantado) No, nosotros mejor te preguntamos otras, y vamos pensando si te compramos un libro. Sabes la capital de… Colombia?
Niña vendedora: Bogotá. Qué fácil! Pregúntenme algo más difícil.
Turistas (sumamente sorprendidos por lo pronta de la respuesta, en un mundo donde nuestro país suena poco): ¿La capital de Australia?
Niña vendedora: Es muy muy fácil! Canberra (Efectivamente, la capital NO es Sydney, y ella lo sabía). Pregúntenme cosas más difíciles, hasta una niña chiquita como ella (y señaló a la vendedora de abanicos en español de 6 años) se sabe la capital de Australia, su población, y quién es su primer ministro.
Turistas: En serio? (mirando a ambas niñas, que estaban asintiendo al mismo tiempo, con cara de serias) Entonces, ¿cuál es la capital de Brasil?
Niña vendedora: Brasilia.
Turistas: ¿Cuál es la capital de Argentina?
Niña vendedora: Buenos Aires, por supuesto.
Turistas: ¿La capital de Bolivia?
Niña vendedora: La Paz
Turistas: ¿Austria?
Niña vendedora: Viena!
Turistas: ¿Dinamarca?
Niña vendedora: Copenhague!
Turistas: Un momento. ¿Cuántos años tienes? ¿Trabajas todo el tiempo aquí con tus papás?
Niña vendedora: Tengo catorce años, y ahora estamos en vacaciones en la escuela, entonces desde la madrugada trabajo con mis papás. Cuando estudio solo trabajo los fines de semana. ¡Pregúntenme más países!
Turistas: ¿La capital de Suecia?
Niña vendedora: Estocolmo
Turistas: ¿De Rusia?
Niña vendedora: Moscú
Turistas: ¿Hungría?
Niña vendedora: Budapest
Turistas: ¿Nepal?
Niña vendedora: Katmandú.
(Todo este tiempo la chiquita de 6 años había ido respondiendo la mayoría de las capitales que iban preguntando, aunque en voz muy baja, y cuando alguna no se la sabía repetía varias veces la respuesta para no olvidarla)
Niña vendedora: Ahora yo les pregunto a ustedes, y si no saben entonces me compran muchos libros. ¿La capital de Ghana?
Turistas: (tratando de no mostrar que estaban totalmente sorprendidos y no tenían ni idea de la respuesta) ¿Te la sabes? Dínosla tu!
Niña vendedora: Accra! ¿La capital de Burundi?
Niña vendedora: Bujumbura. ¿La capital de Etiopía?
Niña vendedora: Addis Abeba. ¿La capital de Líbano?
Turistas: No lo sabemos, cuál es?
Niña vendedora: Beirut! ¿Qué libro me van a comprar? Pueden comprarme una guía de los templos, aunque si ya tienen tengo estos libros sobre la historia de Camboya. Este es sobre lo que pasó antes, cuando estaba Pol Pot.
Turistas: ¿Tú sabes qué pasó antes, cuando estaba Pol Pot?
Niña vendedora: ¡Sí! Todos sabemos (la chiquita asiente de nuevo con aprobación). Mis padres me han contado.
Turistas: ¿Nos puedes contar a nosotros qué fue lo que pasó?
Niña vendedora: Sí, claro…. (La respuesta de la niña vendedora es, de por sí, un escrito independiente que quedará para una próxima ocasión).
¿Qué somos, finalmente, y qué es lo que intentamos ser? ¿Qué es lo que nuestro entorno admira en una persona? ¿Qué nos hace de mayor o menor valor social? Cada sociedad se responde estos interrogantes de formas particulares, siempre menospreciando sus propias realidades, facilidades y aptitudes. Está en cada uno el deber de decantar lo que la sociedad nos ordena a gritos que debemos ser, sembrar una semillita de duda en esos modelos que damos por sentados y universales, e intentar imaginar de qué otra forma podría ser todo.