domingo, 30 de agosto de 2009

¡OH MODERNIDAD! Por Óscar Hernández

Inspiras en los hombres los más grandes anhelos,
los más bajos instintos, las más grandes emociones.
Convirtiéndote en espejo de nuestra más profunda esencia.

Con tu mirada a veces dulce, a veces irascible
Reflejas en los hombres, las más bellas obras
Las más horripilantes guerras

Apareces apacible para el que te venera
Cuan confortable vida quiera inspirado en ti llevar.
Aunque a veces luzcas plácida y fácil de observar.
En otras luces espesa cómo la bruma
cristalina como un manantial.

Me permites desplazarme más cerca donde quiera
Sin importar lo que pase con los que me rodean
Reprimiendo sentimientos y afectos donde llegas
Te disfrazas, de terciopelo, de efectivo, de buen porte
Y condicionas al hombre cuan objeto comerciable sea.

TIRANÍA O DEMOCRACIA Por Óscar Hernández

Tiranía o Democracia, no se sabe cual apoyar.
Pues ambas tienen como estandarte defender la libertad.

Dependiendo de la orilla se es terrorista o héroe nacional,
Se defiende al coterráneo o se ataca al radical.

Proclamando derechos como la igualdad o la libertad,
Se silencia al diferente y se aclama al igual.
Calificando al rebelde como un villano más.

Cuan prostituido se haya aquel calificativo,
Que del color de la bandera depende el trato preferencial.
Gobernante Democrático o Extremista Radical
Ambos Gobernantes,
Pero diferentes de tratar.

domingo, 23 de agosto de 2009

Letras, palabras, promesas y silencios. Por P.A.C.H.O

Letras muertas

Una vez las letras se juntaron para componer melodías en frases de singular belleza y alegría. Con ellas las sonrisas brotaban de almas generosas y entregadas, que con regocijo se encontraban en las mañanas para observar el alba con su esplendor sobrecogedor. En una noche fría e implacable en que una de las almas traicionó a su compañera con el olvido, quien llegó cual otoño marchitando las letras y convirtiendo la tinta en barro, acabó con las sonrisas sinceras y dejó al alma en pena.

Palabras vacías

Los sonidos componían poemas e historias de lugares lejanos, sensaciones cándidas, delicadas, paisajes sublimes. En perfecta sincronía formaban acordes y melodías que alimentaban el amor más hermoso que dos corazones compartían con gratitud y alegría. Pero los corazones olvidaron la palabra y los campos se quemaron con el invierno que se apodero de las tierras y de la voz que nunca más volvió a cantar.

Promesas rotas

Dos destinos se hicieron promesas mientras compartían una flor, la cuidaban por igual, admirando su belleza y gratitud sin igual, les dio alegría, les dio paz, pero las promesas se rompieron y con ellas la flor marchitó.

Silencios cortantes

Los silencios cansados de vagar en la nada, le pidieron al viento que le diera el don de la palabra, el viento sin poder hacerlo le ofreció ser el dueño de la mirada de dos amantes cuando no hubiese palabra alguna entre ellos. Los silencios alegres se emocionaron con la generosidad del viento y con prontitud aceptaron. Mientras los amantes sin decir palabra alguna se miraban, los silencios llevaban el amor de un alma a la otra, llevaban de un lado a otro los mensajes secretos. Pero una vez el amor acabo, los silencios se perdieron en los laberintos de la tristeza y el olvido. Con el tiempo se volvieron cortantes, pausas amargas e incomodas, en un tal vez, en solo llanto.



La Paradoja Láctea. Por Óscar Hernández

Antes de empezar a narrar esta historia quiero hacer alusión a los dos contextos que inspiraron la escritura de esta historia. El primero corresponde a una región llamada por los aborígenes de sus tierras como Sugamuxi o tierra del sol, territorio reconocido no sólo por la actividad siderúrgica y por ser la puerta al llano del departamento de Boyacá, sino por tener una alta producción lechera en su vasta extensión. De otro lado se encuentra la ciudad de Barrancabermeja (Santander), ubicada en el Magdalena Medio mejor llamada el puerto petrolero, la cual además de tener un importante desarrollo en la industria petroquímica, se caracteriza por actividades agrícolas como el cultivo de palma africana, la ganadería y la piscicultura.

Bueno pero para no cansarlos con más preámbulos aquí va la historia, corría el año 2008, más exactamente mediados de junio, cuando una noticia hizo eco en mi interior. Un afamado ministro de la cartera de agricultura acababa de iniciar uno de los combates más importantes contra un cartel, nada más y nada menos que el cartel de vendedores de leche cruda Hasta aquí la noticia no tendría nada de raro, sino fuera porque los acusados de conformar este cartel son la gran mayoría los campesinos colombianos, los cuales viven en extensiones de tierra no superiores a 10 hectáreas, dentro de las cuales no alcanzan a tener más de 10 vacas de las que derivan sustento diario.

La acusación del ministro no paró en lo anteriormente dicho, este lanzó una aseveración, en la cual decía que había un cartel de la leche cruda dedicado a echarle formol a leche, -si señores formol, el mismo químico que es empleado para alistar los muertos antes de su último viaje-. En ese momento pensé en términos coloquiales, “No joda este ministro no le basta con imponerles un precio a los productores de leche de $500 pesos litro, y ahora se viene a inventar tremendo escándalo, lo único que falta es que diga que los productores avícolas le están haciendo competencia desleal a los grandes empresarios de esta industria, porque a diferencia de los últimos los primeros no necesitan darle purina a los pollos sino alimentarlos de las lombrices, grillos y otros productos que se encuentran en sus fincas.
Para mostrarles lo absurdo de la política implementada, les voy a mostrar algunas cifras recogidas en dos viajes realizados a Barrancabermeja y Sogamoso, las cuales si bien no fueron hechas con el rigor profesional de una encuesta técnica, si pueden ser comprobadas por un ciudadano del común que habite o haya visitado alguna de estas regiones.

13 de Enero de 2009
El camión de la leche está a punto de llegar a la vereda de Togua, municipio de Firavitoba Boyacá, como lo suele hacer desde hace ya 20 años. Don Hipólito pasa recogiendo en su Renault 4 modelo 84 algunas cantinas de leche de las veredas de este municipio, siendo las 6 de la mañana abordo a don Hipólito y le hago la siguiente pregunta:

- Entrevistador: ¿Don Hipólito a como le compran ustedes un litro de leche al productor?, a lo que él respondió
- Don Hipólito: A $ 500 litro,
- E: ¿Y a cómo lo compraban hace un año?
-DH: A 700 patrón
- E: ¿Y qué pasó porque ha bajado tanto el litro de leche?.
- DH: En primer lugar no sé si usted sabe pero hay una sobreproducción de leche y desde que el gobierno regula las tarifas en vez de recibir más ganancias, el precio se ha bajado, lo que si no baja es el costo de las vacunas y las consultas de los veterinarios.

Después de esta conversación caminé hacia la cabaña en la cual me estaba quedando, en ese momento Doña Anais se acercaba con una cantina con una capacidad de 5 litros de leche, cuando me aprestó a preguntarle ¿A cómo vende usted el litro de leche?, ella me responde: “que a $1.200”.

Yo me quede sorprendido, primero porque una bolsa de leche de las que usamos en la ciudad ya ronda los $2.200 y segundo porque cada día en vez de leche tenemos una agualeche, lo cual hace que productos como la mantequilla, el suero [1] y otros derivados lácteos sean prácticamente imposibles de obtener de manera artesanal.

10 de Junio de 2009
El ejercicio esta vez se realizará en Barrancabermeja, esta vez trascurre una tienda, en la cual compré una bolsa de leche entera que me costó $1.800, escuchen bien $500 pesos menos que en Bogotá. Sin embargo como no sólo quería saber cuánto valía una bolsa de leche, sino que quería ver si aún podría encontrar leche cruda. Así que en la reconocida avenida del ferrocarril de esta ciudad llegaba una vieja camioneta FORD 50 con unas cuantas cantinas, cuando pregunto por el precio del litro de leche, el conductor me responde que es $1.500, unos $300 pesos menos de lo que cuesta la bolsa tradicional.
Muchos se exclamarán leche cruda ¡gas!; para la información de los lectores la leche cruda sigue siendo una importante materia prima en el campo gastronómico, especialmente en esta regiones como la Caribe y el Magdalena Medio, las cuales contribuyen a la elaboración de productos como: El bollo limpio, bollo de mantecado, entre otros, los cuales son el sustento de miles de familias que hoy se encuentran agrupadas en cooperativas y gracias a esto pueden derivar su sustento diario.
Al finalizar este pequeño ejercicio vivencial es importante mencionar dos hechos importantes, pocos meses después de que el ex ministro mencionará el surgimiento del cartel de la leche se encontraron varias irregularidades en dos de las más importantes procesadoras de leche de Bogotá, encontrándose en ellas dentro del producto final partículas de maicena, si señores la misma con la que nuestras nos hacían la colada. Por si no fuera poco meses después de esta otra noticia, miles de consumidores estuvieron en peligro de sufrir una intoxicación, derivada de la mala limpieza en uno de los tanques encargado del proceso de pasteurización en una planta productora de leche.

Ante los hechos anteriores cabe preguntarse quienes son los delincuentes los campesinos y las personas que derivan su sustento de productos elaborados a base de leche cruda o los funcionarios y productores que ponen en peligro la salud y la vida de los consumidores al no contar con las medidas de protección suficientes para que estos hechos no ocurran.
Las noticias no dejan de ser alentadoras, ya que se acaba de crear una nueva contribución a los productores de leche, la cual tiene una tarifa de $25 pesos por litro, dicha tasa fue creada con el fin de comprar los inventarios sobrantes de leche al productor, es decir ahora el campesino recibirá $475. Al ritmo que vamos el 25% de la población de nuestro país que vive en zonas rurales, sino va a terminar desplazada por la violencia, si lo hará por este tipo de políticas absurdas[2] .

[1] Para los que no tienen conocimiento el suero es un derivado lácteo el cual suele ser empleado en platos de sal de la costa Caribe colombiana, su origen no es exactamente colombiano sino árabe.

[2] Dentro de las políticas absurdas que tiene Colombia en la materia es importante mostrar que hace aproximadamente un año se sancionó una ley en la cual se prohibía la crianza de gallinas y pollos criollos por parte de pequeños productores para ver más información respecto a esta noticia ver la Resolución 957 de 2008 del ICA (Instituto Colombiano Agropecuario) ttp://www.fenavi.org/fenavi/publicaciones.php?idm=5&pub=742&ft=3. Recuperado el 17 de junio de 2009

lunes, 17 de agosto de 2009

Maldita poesía. Por Álvaro carreño

Cuando el corazón se arruga
La conciencia se pierde detrás de la tristeza,
El silencio no es bueno y la fiel soledad te acompaña,
¡Es mejor explotar que enloquecer!

Llora hombre rico en virtudes
Pleno de sensibilidad.
La vida te abruma y la maldad en aquella oscura esquina,
Espera que te acerques queriendo abrazarla.

Escribe tus versos bajo el susurro del alma y,
Calla las mentiras que la razón quiere imponerte.
Siente lo hermosa que es la vida,
Témele a la muerte, cuando ella te abrace el placer se esfumará.

Ese dios que te abandonó aquella noche
Cuando se fugaron tus ilusiones al más allá,
Te convirtió en el extraño ser que sufre por placer.
Ahora tienes la fascinación de componer canciones nostálgicas
Contando aquellos momentos en que reíste.

Aunque te motiva el amor
Eres vulnerable y la realidad te hace odiar.
Malos pensamientos te acorralan,
Mátalos con poesía.

sábado, 8 de agosto de 2009

Los celulares y sus similares: catalizadores de una masiva e incontrolable incapacidad para estar consigo mismo. Por Laura Pérez

La especie humana lleva milenios funcionando en este mundo. A lo largo de su eterno vagabundear, el ser humano ha sido capaz de concertar encuentros de todo tipo con sus semejantes, de construir obras colosales, de comerciar entre culturas, de organizar y dirigir guerras épicas, incluso de forjar imperios inmensos y unificar poblaciones y extensiones de tierra bajo formas sociales y culturales específicas. Realmente, nuestra especie ha hecho grandes cosas desde tiempos inmemorables, tanto buenas como malas, y de alguna manera todas las personas que han vivido en este mismo planeta antes de nosotros se las arreglaron para todo esto sin un solo celular o beeper.
¡Sin celular, ni beeper! La sola idea resulta descabellada para cualquier descendiente contemporáneo del hombre de las cavernas: vivir en un mundo sin bultos de bolsillo que sirven para que otros lo monitoreen, hostiguen, acosen, o interrumpan inoportunamente a cada momento de cada día, y no morir en el intento. ¿Acaso es esto posible? Ciertamente nuestras empresas multinacionales de comunicación celular se han encargado de convencernos de que no: si queremos insertarnos debidamente, debemos estar accesibles y dispuestos a cada momento, con nuestro bultito prendido cerca de nosotros para poder responder pronto. Hicieron tan bien su tarea, que esto se volvió una especie de regla tácita de comportamiento social que debe no inflingirse. El teléfono celular debe contestarse a la mayor brevedad, so pena de causar un ataque de paranoia en el compañero sentimental de turno, o de sospecha o angustia en los padres, o incluso de descontento laboral en los jefes, con repercusiones de diversa magnitud.
¿Dónde queda la privacidad? Los teléfonos celulares tienen la facultad sobrenatural de sonar en los momentos más inoportunos, y esta falta de tacto para hacerse presentes ha tomado tal magnitud que se espera que suene con alguna frecuencia y regularidad, de manera que si esto no pasa durante algún tiempo, una extraña sensación de rechazo social puede inundarnos y hacernos sentir vacíos en un entorno donde todo el mundo recibe llamadas y éstas son sinónimo de popularidad y amistad. Si nuestra sociedad ha llegado al punto de conformarse por personas ansiosas que dependen de artefactos repetidores de voces ajenas para sentirse apreciadas, si la ausencia de estas repeticiones causa desasosiego y existe un franco temor a que el celular no suene, a no tener a quién llamar para almorzar o para devolverse a casa, a no tener a alguien para gastar minutos, puede decirse que hemos alcanzado un punto alarmante de incapacidad para estar con uno mismo.
Las personas se buscan ahora como buscando ese impulso básico que los hará funcionar, aunque ése no es el problema de fondo: el problema es que las relaciones que las personas utilizan para este impulso se establecen a base de minutos fugaces de conversación por celular, por mensajes de texto mal redactados enviados de equipo a equipo, y muchas veces se quedan en un nivel superficial que, antes que transmitir tranquilidad y serenidad para abordar la vida, siembran aún mayor estrés y nerviosismo, no logran calar en el interior de las personas y, en cambio, las hacen contentar con conexiones mediocres con otros individuos.
Alguna vez leí que hay una diferencia entre la soledad física y la soledad interior. La primera le permite a uno estar absolutamente solo en una habitación, sabiendo que en algún lugar del globo anda alguien que uno aprecia y que lo aprecia a uno, sintiéndose tranquilo y en paz con el mundo. La segunda causa angustia, tristeza, y desespero por dentro, incluso si uno se encuentra en un salón atestado de gente. Es un ejercicio interesante andar sin celular por un tiempo, desconectarse de ese impulso ya casi instintivo de contestar, de enviar mensajes, de llamar en todo momento: obliga a enfrentarse con uno mismo, con las manos de uno sin nada que cargar permanentemente, con el silencio de la mente y los labios de uno. Y sirve para evaluar qué tan bien de relaciones interpersonales anda uno, así como la calidad de conexión que se tiene con uno mismo.

Cosas ni tan inauditas que pasan en la universidad. Por Natalia Orduz

A pesar de mí, a pesar del impulso que siento cada mañana por deambular tranquilamente por las calles o por un bosque y mirar detalladamente las hojas, las texturas los colores y sobre todo mirar para arriba y no sólo lo que se puede pisar y lo que significa un obstáculo y descubrir que quizás en una ventana hay una enredadera o que una nube sube por teleférico a Monserrate (es verdad, sobre todo en estos días de llueve), a pesar de las ganas que me dan de quedarme mirando el mundo, me toca seguir con mi maleta cargada de códigos a reventar y yo a reventar de jartera a una clase de derecho.

Antes de entrar procuro respirar profundo, hacerme la idea de que voy a aprender algo útil, que a veces es necesario soportar el aburrimiento y el tedio porque todo tendrá luego una feliz recompensa, cuando pueda ayudar a alguien o qué sé yo.

Pero a veces es como si conspirara el mundo para obligarme a hacer zen, porque además de que el salón queda en un edificio que se llama el galpón y es tremendamente encerrado, y cualquier ventana o puerta que uno abra le da la bienvenida al chillar de un magnífico taladro, veo y escucho de mis (futuros? Colegas?) ciertas cosas que ya empiezan a revolcar otra vez mis mareadas tripas.

Una breve anécdota inaudita para mí, aunque creo que para muchos lo inaudito es que para mí sea inaudita. En fin. Yo estoy, casi comos siempre, sentada al lado de Naranjo, quizás por mi nostalgia de no estar junto a un árbol, y el profesor escribe en el tablero. Repentinamente se queja, ¡ajjjjj, el mismo pelo que no me ha dejado escribir en todo el semestre! Mi voz interna se pregunta, juro que ingenuamente, sin saber la respuesta: ¿por qué no lo quita si lo ha molestado tanto, por qué no lo quitó la primera vez que lo vio? Y un alto porcentaje del salón me responde con algunas risas y algunos sonidos medio guturales que suelen significar ¡qué asco!

Y ahí miro la cabeza de cada uno y me pregunto si les da asco lo que crece con fértil abundancia del magnífico espacio que están tratando de hacer nutrir en esa clase, bueno, aunque el profesor es un poco calvo. Y miro, con orgullo, mi pelo y digo, si es tan bonito, seguro que no da asco. Luego creo entender que lo que les da asco es que un pelo sin dueño esté colgado por ahí, casi como si estuviera dentro de la comida y hubiera riesgo de comérselo. Bueno, aunque me dio un poco de tristeza que cierta humanidad esté llegando a un puerto en el que le produce una sensación de asco algo tan natural y diminuto como un pelo en el tablero, volví a respirar profundo y procuré mantener la calma.

Justo cuando estaba exhalando, un compañero, con las risitas de sus compañeros (acabo de encontrar un pelo en el teclado) le pregunta al profesor: ¿Me da un cinco si quito el pelo del tablero? y como no es un chiste, lo sé porque un cinco es TODO menos un chiste, ahí sí que no entiendo qué está pasando con la escala de referencia de los ascos.

A ellos les da asco un pelo en el tablero, pero pueden sacrificarlo por una nota. Bueno, a mí me da doblemente asco: que les de asco un pelo en el tablero y que además hagan algo con asco por un pinche cinco. A estas alturas creo estar concluyendo, que en realidad necesito una doble dosis de zen, porque la del problema del doble asco, soy yo.

Crónicas del Transmilenio. Por Andrés Páramo

Todos los días. Todos los húmedos y grises días de esta mustia ciudad mía, me veo en la necesidad tediosa de transportarme en el busecito rojo de esta nueva oleada de convivencia ciudadana y transporte masivo que se nos vino encima. El problema hasta ahora, desde mi perspectiva claro, es que Transmilenio no representa, ni lo uno, ni lo otro. Aparte de ser el producto de un sinnúmero de obras hechas de una forma mediocre y a las patadas, ostenta la graciosa particularidad de tener defectos por todas partes: desde las actuaciones de sus gestores, hasta el terrible uso que le dan sus usuarios. (Ojo, podrá todo estar mejor que en el pasado, pero eso no le quita lo ramplón ni tampoco todo lo que vengo a decir acá)
Lo maravilloso es que la problemática entera puede ser apreciada en un solo viaje. Todo empieza con una tarifa desmedidamente cara, igual de costosa que la del metro de Medellín (algo que no tiene comparación alguna. Allá, a diferencia de acá, existen horarios fijos, rutas fijas y una pulcritud deslumbrante) y mucho más cara que la de un bus ordinario, diferencia considerable, si se tiene en cuenta el número de viajes por semana, y la capacidad económica de la mayoría de los bogotanos.
Ya adentro de la estación y cancelado el valor del pasaje no se puede andar en reversa, no hay modo de arrepentirse, no hay marcha atrás, hay que seguir adelante y encontrar el mapa en donde se encuentran alojadas, bellas y coloridas, las rutas que muestran cómo las vías atraviesan la ciudad. No es tan difícil en realidad descifrar el mapa y saber qué bus coger, además siempre hay alguna persona dispuesta a indicarle a los nuevos usuarios las rutas disponibles (Como decía un profesor, no hay nada tan malo que no tenga algo de bueno).
Luego de ubicar la ruta y pararme en el portón que me corresponde sólo hago una cosa: esperar, esperar y esperar. Me daba risa el día que en EL TIEMPO salió como primera página el encabezado rimbombante de: “Del Portal del Sur al Portal del Norte en cuarenta minutos”, es gracioso porque la verdad está a medias. ¡Sumen colombianos hijos de su madre, sumen! Pero claro que el bus se demora cuarenta minutos, ¡es rapidísimo!, haciendo claro la siguiente salvedad: se demora eso desde que uno pone las paticas adentro del bus y se cierran las puertas, hasta que uno las pone afuera y se cierran las puertas tras de uno. No nos dice cuánto se demora el bus en recoger a las personas que esperan en la estación del Portal del Sur. Ni mucho menos va a decir cuánto se demora una persona en llegar desde su casa hasta el Portal del Sur con ayuda del alimentador. Entonces, hagamos cuentas. A esos cuarenta minutillos de EL TIEMPO, sumémosle el resto de verdad que le falta a la ecuación, a ver cuánto nos da. Ah matemática, cómo me ayudas siempre que te necesito.
Ahora, ¿por qué se demora tanto el bus en recoger a mis conciudadanos?, la respuesta es tan sencilla como cierta: no hay buses. No hay. A estos genios de la administración les da por echar cemento como locos, como Peñalosa el loco, construyen cinco, diez, quince vías nuevas cometiendo el pequeño error de dejar la misma cantidad de buses con la que empezaron la primera. ¿O así no pasó cuando abrieron la Avenida Suba?, porque yo sí me acuerdo. Yo vivo cerca.
Entonces qué tenemos: una tarifa alta que es la que sostiene el sistema, pagada por las mismas personas a las que embuten como en una lata de sardinas. ¿De qué hablaría Joel Bakan si le contáramos?: “The Corporation”. Y como bien diría un amigo mío: “negocio redondo mijito”.
Pero la crónica no se agota acá. Después de subirse al bus, batallando, se empiezan a ver los desperfectos por el camino. Estaciones en reparación perpetua, otras llenas durante tiempos muy largos, lozas rotas de las que habían dicho que iban a durar años y años (Según un último informe, la loza demora un mes en repararse. Matemáticas hermosas). Cada vez que mi transporte coge uno de esos huecos de las lozas, maldigo al que inventó y prometió, porque algo que odio yo es que no cumplan lo pactado. Pero claro, yo a quién le pido cumplir promesas, si me enfrento nada menos que con la ética de la Administración Pública, pequeño y desinteresado sector que de todos es el más corrupto. Ah y casi se me olvida la joya de esta obra, la que no me permite dejar de quejarme nunca: la vía a Usme. Que de la última estación hasta el Portal, deja un espacio como de veinte a treinta cuadras sin paradas (donde vive gente señor lector, como tú o como yo) y sin carril único para el bus rojo del transporte masivo. Ahí sí se le olvidó a Peñalosa echar cemento como un loco, como el loco que es ¿por qué será?
Y el transporte sí que es masivo. Gente por montones. Espantosamente por montones. La turbamulta por lo general hace cosas estúpidas, piensa de manera torpe, es irascible, es incontenible, es colérica, es ridícula. Más en situaciones como ésta del transporte, en el que todos tienen afán, un afán que sumado, multiplicado, da como resultado actos inexplicables y faltos de lógica. Como los animales, o peor tal vez. Las hormigas, por ejemplo, lo hacen muchísimo mejor cuando van en grupo.
Estoy de primero en la fila esperando a que pase mi bus. Abren las puertas, las personas de adentro están ávidas por salir, y mi lógica simplista me indica “muchachito remilgado, para que puedas entrar y permanecer allí, deberás dejar salir a la gente que está adentro. Una vez hecho esto, podrás ingresar cómodamente al bus”, pero tan rápido como lo pienso están empujándome por detrás; ¿por qué lo hacen Virgen Santísima?, de verdad que no entiendo. ¿Seré yo el loco de esta historia o será Peñalosa o Lucho o Samu el nieto? Y mejor me quedo callado y no les digo nada, no vaya y sea que me apuñalen estos bárbaros y me maten, así como sucedió con aquel joven que le gritó a otros dos muchachones que no se orinaran dentro de la estación.
Desde mi estación veo salir muchas personas del bus que me sirve. Apenas la última abandona el carrito, su interior está exactamente igual a cuando se abrieron las puertas, algo físicamente imposible. Y lo es. Hay una lamentable ilusión óptica: el bus no está igual de lleno en todas partes. Sino sólo al principio, en sus puertas. Las personas que están ahí, no son capaces, no les llega la chispa que les dé la idea de moverse hacia el centro, pero tampoco la de dejar pasar a los de afuera, es el recelo por la incomodidad. El viejo problema del ser humano de no poder convivir con los demás. Adentro hacen muchas cosas, roban, matan, empujan, insultan, no ceden las sillas azules a los adultos mayores o a los discapacitados, entre otros mil ejemplos.
El sistema todo está pensado para que las personas actúen de forma cívica, como ciudadanos de un país civilizado. El problema es que los dejaron a la deriva, algo que no se puede hacer. Se concentraron más en el negocio, en el palustre y en el pavimento que en hacer buenos ciudadanos. En una conferencia el profesor Mockus hizo una analogía perfecta: “imagínense ustedes una familia donde no le hablan al niño porque el niño todavía no habla”, acá es así.Nos tienen que hablar como ciudadanos, instruirnos, y tratarnos como a niños pequeños con mimos y con Alcaldes casándose encima de un elefante. Si no, entonces, ¿cómo aprenderemos? La categoría de ciudadano no se gana por el simple hecho de ser mayor de edad, es un proceso mucho más complicado que necesita un desarrollo paralelo al de las construcciones de edificios, vías, carreteras y estaciones. Hay que educar a los ciudadanos para que actúen como tal. Por eso es que no tiene sentido hacer cien bibliotecas si la gente no sabe leer ni escribir. El proceso debe seguirse de una forma paralela. Digo yo.
Tenemos entonces dos problemas: uno de corrupción, denunciable pero incorregible desde aquí. Y otro de convivencia ciudadana y cultura cívica, ése sí se pueden poner a pensarlo. Y bueno la única razón por la que escribí esto: los que lo lean y monten en ese bus rojo, tan rojo como el infierno que es, si están cerca de las ventanas, ábranlas por favor. Sólo eso pido amiguitos míos. Mi bendición para todos.

La tercera vez. Por Andrés Páramo

Salí de la casa caminando con prisa, pensando que (y cómo no, si iba tardísimo) el Transmilenio quedaba muy lejos de mi casa, que los constructores eran unos ineptos, que toda la gente (como conspirando contra mí) caminaba muy lento. Todo, todo, todo me parecía malo en ese instante. El entorno cobra un matiz asfixiante cuando se está de afán.
Y de pronto, en esa marcha inquebrantable y decidida, en ese rítmico y cardíaco andar, se me presentó un evento que no podía dejar pasar por alto. Una señora, chaparra, cuyos rasgos no pude definir al instante, sino mucho después, casi al finalizar la cronología que expone este relato, me detuvo muy decididamente y más que preguntarme, con una actitud muy manifestada en lo físico y no tanto en lo verbal me ordenó diciendo:
- Señor, ¿va a firmar para la reelección del presidente Uribe?
El amable lector, que nada se le escapa, podrá casi anticipadamente, (si me conoce o si me ha leído acá) determinar el contenido, el tono y la carga emotiva de mi respuesta. Suspiré entonces sabiendo, teniendo la plena certeza, de que iba a llegar más tarde de lo que me había planteado cuando salí afanado de mi casa, porque ahí mismo, en ese lugar, estaban repartiendo autógrafos los fanáticos de mi Presidente. Contesté entonces:
- Ni de riesgos mi señora.
La hecatombe se me vino encima. No la que le va a dar el tercer período a Uribe, esa no sé cuándo llegará, o si ya llegó, habrá que preguntarle a su excelencia en persona. Esa hecatombe no, sino la que se desata si se dice algo en contra de él. Es cosa de fieras. Y como fieras se voltearon. Y sentenciaron de una vez, sin escarmiento, sin contemplación:
- ¿Cómo que no?, ¿usted no sabe el presidente que tenemos o qué? - Dijeron en un principio, en tono académico, didáctico, como queriéndome enseñar algo. Como si yo fuera un jovencillo que no sabe nada de nada, un mocoso insolente.
- Precisamente porque sé, es que no firmo. – Respondí airado, con sarcasmo, como para quitármelos de encima. Grave error.
- ¿Y por qué no va a votar por él? El presidente está sacando este país adelante – Dijeron, con el tono único de estar esgrimiendo una máxima irrefutable.
- Así sea Dios en persona, no se puede volver a votar por él. Es antidemocrático, y además, es inconstitucional. – Respondí yo. Faltaban pocos minutos para que fuera la hora en la que yo debía llegar al sitio convenido para mi encuentro. Perdida estaba la cita. Pero esta confrontación, apenas la empezaba a batallar.
- ¿Y por qué a ver? – Dijo la recaudadora - ¿No se supone que para eso están las firmas, para modificar la Constitución?, Además, si los colombianos votamos por él una tercera vez, sigue siendo un proceso democrático.
Afilados argumentos. Como dos puñales. Tomé mucho aire para dar la respuesta. Sabía que la estructura de las afirmaciones de mi contraparte eran ciertas hasta un punto, y claro, superficialmente vistas eran la verdad hecha una revelación. Es sencillo y se los pongo así; la democracia representativa: elecciones. La Constitución: un libro de normas básicas, que la gente puede cambiar cuando le venga en gana y si quieren hacer algo inconstitucional, entonces modifican la norma, y ¡magia!, ahora sí se puede. Acá todo es visto de esa forma: el que piensa en las raíces del problema está perdiendo su maceta y sus neuronas en asuntos irrelevantes y poco prácticos. Acá se piensa en lo urgente y no en lo necesario. En el concepto, pero no el significado. Ya estaba listo, con el celular vibrando en mi bolsillo (debía ser la persona que me esperaba), con la serenidad de aquél que conoce su respuesta, vomité lo siguiente:
- Los que hicieron la Constitución en Asamblea, por petición del pueblo, la redactaron por muchos motivos, uno de los más importantes era no permitir la reelección indefinida de una misma persona par el cargo de Presidente de la República. Así no se nos podía subir un Chávez al carro del poder y se vería imposibilitado para hacer de las suyas a diestra y siniestra como pasa en Venezuela. – dije, previendo que me tildaran de chavista, por esta disyuntiva estúpida que existe en el país de juzgar como fanático de Chávez al que critica a Uribe. – Entonces, mis queridos amigos, si firmamos para reformar la Constitución y aprobar la reelección indefinida estamos evitando violar la literalidad de las normas, violaremos tan sólo su espíritu; la razón prima por la que fue redactada. Y claro, como todo aquí, hecho a medias, vamos a dejar el resto de la norma igual a como está ahora, para que poco a poco, el duro de arriba elija todas las Cortes, y siga manejando el Congreso, lo que vuelve todo este cuento algo antidemocrático. Porque la democracia no es sólo elecciones, es todo un andamiaje institucional en el que el poder está repartido y no concentrado, con frenos y contrapesos. Y ahí tienen: dos pájaros de un tiro. – Terminé mi exposición, satisfecho, horondo, sabiendo lo que se me venía encima.
- A mí no me importa eso, a mí lo que me importa es que el país se salve, que haya seguridad, que la guerrilla se acabe, que los paras se acaben, que la economía crezca, que el trabajo aumente, que haya seguridad en las carreteras. El único que puede es Uribe. ¿O me lo va a negar? Y hasta que no esté compuesto yo voto la cuarta, la quinta, y las que sean - El tono iba creciendo, ya no me miraba a los ojos, miraba al horizonte, alegaba haciendo ademanes con un brazo, avivaba la chispa de la turbamulta, tal vez, para que se unieran todos entorno a una sola opinión, en contra de la mía.
- Pero yo no quiero discutir sobre Uribe, ya le dije, sea quien sea, así sea Mockus que es mi favorito, en el poder no puede residir tanto tiempo una persona, es insano, no sólo para el pueblo y la democracia, sino para él mismo. ¿O no cree usted que el poder corrompe? - Le pregunté, como para cambiar los papeles del interrogatorio y hacer esta faena más divertida.
- Sí pero a Uribe no, ¿no se da cuenta cómo el país ha mejorado?, además, él no es el que se quiere perpetuar, somos nosotros los que lo queremos poner a él otra vez.

Tanto va el cántaro al agua….Yo no soy uribista, es más, he criticado mucho su gobierno desde hace tiempo. De lo que no quería hablar en esa discusión era de Uribe, pero ya ven, le pican la lengua a uno. Nada qué hacer.
- El problema, es que a mí no me parece que el país haya mejorado mucho. Hay índices que le ayudan, hay factores que yo mismo le agradezco el haber logrado. Sin embargo para mí ya es suficiente. Además hay demasiadas irregularidades en su gobierno, y eso no lo voy a mencionar, porque tengo la esperanza de que todos lo sepamos ya. Y eso de que él no quiere reelegirse, yo no le creo de a mucho, por algo mandó a sus esbirros a que tumbaran el proyecto de la “silla vacía”, porque se dio cuenta de que echando a los congresistas implicados con la parapolítica iba a sacar a medio Congreso suyo. Y ellos son los únicos que le permiten tener esa “gobernabilidad” que expresaba el Ministro cuando se hundió el proyecto.- Yo también fui subiendo al tono.
- Qué va…el Presidente sabe hacer las cosas. La “silla vacía” perjudica a la seguridad democrática. Además, para hacer una reforma de verdad, convocó a la Comisión de Notables.
- Huuuuy ahí sí como dice mi maestro Fernando Vallejo: cómo cambia el idioma con los tiempos. El idioma sí es lo más corruptible, lo más mutable, lo más variable, lo más fugaz. Ahora se le dice notable a estos compinches que reunió. El gran problema que ha enfrentado el Gobierno en estos últimos seis años, se lo dejó a un puñadito chiquito de gente a la que le llaman notables. Por Dios. ¿Eso es democracia?
Una voz en mi interior me dijo que me frenara, por mil causas, por el endemoniado vibrante en mi bolsillo, por la cita que tal vez era la que generaba esa vibración, y porque el cauce de la discusión se había perdido. Habrá ya en el futuro otros momentos para hablar sobre la inconveniencia de Uribe (píldora: ¿cómo extraditan a los paras alegando falta de seguridad?, ¿no vivimos pues en el régimen de la seguridad democrática?), lo que sí quise y quiero dejar claro es que la reelección indefinida es un problema constitucional y democrático. Y como dije, “ni de riesgos”.
Me fui entonces, diciendo un chiste. La señora era chaparra, peli – negra, de ojos castaños penetrantes, blanca. Llegué tarde a mi compromiso. Llegué.

La noticia. Por Andrés Páramo.

Me había internado lejos, en tierras olvidadas de tiempos inimaginables. Y sin embargo no había salido de mi país. Acá estaba y no estaba al mismo tiempo, desafiando las leyes de la física. Sabía que estaba en Colombia: el idioma, la comida, los rasgos de la gente, y los detalles. Por ejemplo, allá en las lejanías, se suele también disfrazar la realidad con palabras. Vestir la vida con el barniz cándido de vocablos esperanzadores. Así pues, en la Constitución (palabritas en el papel, que todo lo aguanta) tenemos vida, salud, educación, vivienda, dignidad, libertad y paz. Viendo un rato por la ventana del bus no hay ni vida, ni salud, ni educación, ni vivienda, ni dignidad, ni libertad, ni paz. Ni patria, ni Constitución. Nada, no hay nada. Allá, a lo lejos, en ese borde infinito que de soslayo únicamente podemos ver en viajes por carretera, también existe esa fiesta de disfraces. “El Edén”, “El Paraíso”, “Altos de….”, etcétera. Pero tal paraíso no existe, allá se vive todo lo contrario, un escenario dantesco, en donde sus personajes pintaditos, se mueven en las tablas, luchando contra la adversidad, en medio de errores, intentos, fracasos, éxitos y una desmesurada y alentadora esperanza. Es la otra cara de la moneda, el lado oscuro de la luna. Una realidad ajena y pormenorizada que respirándola otorga una nueva perspectiva, un choque emocional devastador. Un encuentro de dos mundos.
Hasta que fui allá, siempre tuve la certeza de que sólo en los pueblos de Colombia era donde el tiempo transcurría más lento que en cualquiera de las grandes ciudades donde fui obligado a crecer. De esos letárgicos movimientos del reloj es de donde sale una literatura mágica que retrata nada menos que la danzante cadencia de la vida real. Pero estaba equivocado, debo decir que mi percepción del tiempo se vio alterada estando allá, donde la ciudad no acaba. Además de estar desconectado de lo que mi mundo es y ha sido siempre, tuve que toparme con una realidad adversa, que va contra la corriente, que muestra qué tan atrasados estamos, o qué tan errados estamos en nuestro concepto de “atraso”.
En fin, lo único que sé es que el tiempo transcurría lento, estuve y anduve por esas calles una semana, pero a mí me pareció una eternidad, una vida entera, un río inmenso cuyo cauce no termina sino que entretiene con sus revueltos y sus animalitos, con su destellante reflejo de luces polícromas que envenenan el alma en un elixir sedante y adictivo. Adaptarse es fácil, desadaptarse no, aunque aún no conozco el por qué.
Las impresiones cambian rotundamente, al llegar allá sabemos que no hay pobres: porque la gente tiene riqueza en otros aspectos que se hacen evidentes e importantes una vez se instala la mente en ese universo desconocido: un abrazo, un almuerzo, un chocolate con pan, un gracias, un por favor, cobran la enigmática investidura de lo que se ha perdido en el mundo nuestro. Narrarlo no es tan bello como vivirlo, no tiene tanto sentido, pierde el filo, y sólo sirve para exponer una idea vaga e imprecisa.
Sin embargo, estando allá, me di cuenta cuán lejos está Colombia de ellos, no en costumbres ni en idioma y mucho menos en territorio. Me refiero al olvido de la patria como una ficción que asumió la responsabilidad de cuidarnos a todos. Dar la espalda es fácil, yo lo sé, olvidar es una manera de liberar la carga emocional de la culpa. Voltear y mirar el problema es difícil y desalentador, vía rápida para convertirnos en estatuas de sal, como nos recordaría un pasaje bíblico.
Estando allá, internado por voluntad propia, queriendo hacer algo, me encontré con una noticia: ¡liberaron a Ingrid!, aunque ostentaba un error garrafal semántico, puesto que de “liberaron” a “rescataron” hay una diferencia notable en términos políticos, sociológicos y jurídicos, la noticia vino a bien. Con un debate corto y superficial, todo se agotó, porque lastimosamente, ellos también olvidaron a Colombia.
Es un ataque por dos frentes, es la indiferencia: la raíz de muchos males. Es entonces donde yo digo, que aún faltan muchos, y espero que por no ser de abolengos importantes y títulos famosos (y merecidos, ni más faltaba), nos olvidemos del resto, de los que la patria ha olvidado. Es nuestro deber, asumir esa carencia de orden que se esfumó con el tiempo. Y recordarlos y exigirlos siempre. A ellos y a los que están en la diáspora dedico esta página de comprensión y consigna.

El Bus de la dimensión desconocida. Por Andrés Páramo

Como algunos de los grandes académicos de las ciencias sociales, que casi siempre al revelarnos ideas brillantes y reveladoras sobre la humanidad nos someten al principio al ladrillazo, con los prolegómenos que se hacen usuales en sus textos, quiero decir primero el motivo del escrito. Y así, como cuando chiquito y mi tía (antropóloga), me enseñó a hacerle introducciones a los trabajos por petición de los profesores: para el de Español, introducción. Para el de Matemáticas, introducción. Para el de Historia, introducción. Mucha introducción. Aunque falto a la verdad al decirlo, porque no es cierto que era mucha, era poca, era más o menos “un párrafo mijo….yo no sé por qué en el colegio les piden estas carajadas… a ver, copie, el motivo de este trabajo….”. Eran, más bien, muchas introducciones. Y para que el lector no se pierda y no vaya a pensar que este texto mío es sobre política o sobre Uribe, como suelen ser (tema del que hay mucho que hablar), le digo pues el motivo.

Arriesgándome como otros acá (compañera Orduz), pienso relatar un suceso de la vida que ha generado en mí varias reacciones, y que me ha conducido a escribir y escribir sobre ello. Borges dice, cuando entrega la primera edición de sus “Obras Completas”, que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Desconfiado de esta tesis, antes de escribir el artículo, investigué, pregunté, recordé y analicé. Y como les digo a mis compañeros de la Universidad cuando estoy a punto de echar a volar la mente en disquisiciones que parecen absurdas, les digo a ustedes: tengo una teoría.

Creo en ella firmemente, con la convicción plena de haber vivido la situación que la caracteriza tantas veces, como para asumir que está probada y que tiene coherencia. Y ahí le mando: en Bogotá, a altas horas de la noche, corre infame y despreocupado por las calles “el bus de la dimensión desconocida”. No sé si es sólo uno, o si son varios. El caso es que más de un testimonio lo certifica.
Bueno, primero lo primero. Tengo que aclarar que este bus se descubre a medida que los años de la adolescencia van pasando. Explicarlo es una condescendencia que usted me otorga.

Primero viene la época de la fiesta infantil, pueril y responsable. Se goza del baile, de las niñas del barrio, y de lo más hermoso: cuando toda la mágica velada ha concluido, en manada todos se devuelven para las casitas seguros. El tiempo corre, la vida sigue, creciendo, creciendo va el arbolito, y las fiestas del barrio dejan de tener gracia. El espíritu indómito de la tribu pide con exclamaciones gigantescas el traspasar las fronteras lejanas del entorno de la crianza, y empieza el “mami que me voy pa la casa de fulanito a una fiesta lo más de chévere”, y bueno ni que fueran dictadores mami o papi preguntan: “bueno mijo, pero ¿cómo se devuelve?” y entonces están las mil alternativas posibles, o se queda a dormir, o lo trae el papá de algún compañerito, y san se acabó. No hay problemas. Pero sigue creciendo el arbolito (¡tan bonita la criaturita ya tiene cara de hombre!) y empieza la rumba dura y las ganas de terminar siempre en casa. Quedarse a dormir ya no es una opción viable ni agradable, ya está grandecita laque antaño llamaban “personita” y el dueño de la casa, además, se levanta siempre más tarde que uno, entonces toca esperarlo aburridísimo, porque da pena despertarlo. Los papás buenagentes se mamaron de llevar, traer, acercar, pasar por la casa del papá de zutano y empiezan a dar plata. ¿Para que dan plata?, para los dulces y el transporte. ¿Y cuál es el transporte Jota Mario?: el taxi.

Seguimos entonces sin problemas, o más que ello, porque problemas siempre hay, estamos sin dar cuenta aún de la comprobación de la teoría. Bella época: vamos, tomamos, bailamos, comemos, todo con la plata que tengamos, así sea poca. Y en la billetera, siempre, siempre, siempre hay un rincón inmaculado e intocable: el de la devuelta. No se toca un céntimo, porque es el seguro de vida (Como la Camiseta Cruz Roja). Se preserva, así se dejen unos placeres exuberantes a un lado. Se devuelve tranquilito para la casita y se duerme con la placentera dicha del deber cumplido.
Pero ya no más. Un día la conciencia dice, haciendo alarde de una mentalidad económica clara y precisa ¿Cómo voy a dejar tanta plata para un taxi si me alcanza para tomar más, gozar más, comprarme otra botella de algo, o comerme un perrito caliente? No, ¡qué falta de cordura! Más bien (frase sabia) dejo mil pal bus. Y ya estuvo. El recuento total de la evolución hasta llegar al estadio superior en el que nos encontramos. Y ahí es donde se empieza a pasar el bus, la historia.

No sé quiénes de los que leen lo crean también, pero yo les digo: entre las doce de la noche, hasta las seis de la mañana se arrastra como serpiente, por las calles de Bogotá este bus ¿Sus características? Ah hombre, por fuera, la fachada es la usual. Un bus bogotano sucio, destartalado, viejo, asqueroso, espejo de las mafias del transporte. Por eso no asusta (qué paradójico que esto no asuste, ¿no?) su fachada externa. Lo que produce sensaciones adversas a la cotidianidad del bus, (mi cotidianidad, por lo menos) es su aspecto interno. Y ni siquiera eso, lo que produce el escozor, el desasosiego, son los fantasmas que lleva adentro. Para evitarme insultos posteriores digo lo siguiente: no hablo ni de los trabajadores que salen para sus casas a esa hora, ni de la gente que suele coger el bus después de cualquier evento. Ellos mismos podrán dar cuenta de lo que aquí se habla. No son ellos, ni más faltaba, son los fantasmas que aparecen en el bus a esa hora.

Existen mil testimonios que van desde la frase vaga: “es gente rara hermano, gente que uno nunca ve en la calle, gente pálida”, hasta el detalle: “pues una vez me subí a uno a la una de la mañana y un man decía que iba pa donde las putas, decía que las nenas lo mamaban rico y los nenes también, lo repetía como un loro, pero se pasaba siempre de cualquier lugar donde hubiera el servicio o alguna zona de tolerancia. No estaba ni ebrio ni drogado”. Siempre, el relato va ligado a un evento extraño, no que se suba alguien a cantar solo o que haya algún miembro de una sub – cultura urbana. No, eso no, eso es cotidiano en Bogotá.

Siempre es “un señor con un bulto de arracacha al hombro que sentado no la suelta”, o “una señora que pregunta usted, ¿a qué le huele Dios?”, cosas por el estilo. Por el estilo cosas. A mí me ha tocado varias veces. Una vez, vi a un señor con barba, camiseta esqueleto blanca, y con un balde lleno de agua y un trapero adentro de él. Con la mirada fija, sin pegar los párpados. Y respóndame, porque yo pregunto: ¿para qué?, ¿a dónde iba este señor con un balde a las tres de la mañana? Unas niñas de edad muy baja echándose perfume porque iban para una fiesta (a las tres de la mañana) y no paraban, no paraban, no paraban. En un movimiento frenético y desesperado, urgía cada una a la otra por la hora, por la falta de perfume (¡pero cuál falta si llevaban media hora esparciéndolo por todo el bus!), por quién iba a ir a la fiesta, porque ya casi llegaban, pero nunca llegaban. Ahora me irán a decir si el bus éste existe, me refiero en un plano físico, material. Yo digo sí, es un bus normal. Si el conductor existe, yo digo que también, pero como Bram Stoker bien lo diría, en un espejo jamás se verá el reflejo de un no vivo. Yo creo que el conductor es real porque siempre ve por los espejos y grita: “atrás hay puestos” cuando no hay. Los ocupan ellos. Y bueno, es algo bastante raro, además están siempre, no se bajan ni se suben, simplemente existen en ese plano de la irrealidad que se mezcla conel mundo nuestro. ¿Por qué vagan eternamente? Ah compadre yo no sé. ¿Por qué sólo aparecen a esa hora? Ah compadre yo no sé. El caso es que “es”. Entonces, móntese, vívalo, gócelo y analícelo. Porque a todos nos va a tocar alguna vez.

La constitución para el conservador. Por Andrés Páramo

TALANTE es un periódico interuniversitario de gran talante. Siempre que sus directores lo alojan en las estanterías de la Universidad tomo un ejemplar y me adentro en alguno de sus artículos. ¡Y qué maravilla es TALANTE! La calidad estética de su impresión, la tersura del material, las fotografías que engargolan con cada artículo, los fuertes trazos azulados, la distribución del espacio y sobre todo, su variedad. No la ideológica, porque TALANTE es un periódico conservador, neo – conservador; me refiero a la variedad de temas. Hay hasta un Sudoku (juego en el que me siento totalmente impedido) para los que les gusta. Es un proyecto de estudiantes que lleva alrededor de cuatro años y sobre el que se ha avanzado bastante. Me atrevo a decir incluso que este periódico me ha otorgado la posibilidad de enterarme y hasta plantearme posiciones distintas a las que yo tengo para apreciar las problemáticas del mundo.

He leído desde artículos que ostentan una investigación profunda (una radiografía crítica del Che Guevara), hasta entrevistas con personalidades políticas importantes (como el ex Ministro del Interior y de Justicia el conservador Carlos Holguín Sardi, quien no es destinatario de mis afectos, pero bueno, entrevístenlo a ver si es tan fácil). Sin embargo, cabe anotar, y cómo no, que en el periódico éste siempre hay un par de artículos que despotrican desde una visión conservadora llevada hasta el extremo. Y bien, como yo no me aguanto esto (ni casi nada), quiero referirme a uno.

En la penúltima página de su última entrega un estudiante (de derecho, me imagino, aunque no espero) titula su artículo: “La Constitución Política de 1991, el Tren de la Anarquía”. Un amigo mío lo leyó en voz alta dentro de uno de los tantos acogedores cafés que rodean la Universidad y mi primera reacción fue la risa. Cómo no, parecía una de esas burlas hechas por el inigualable Jaime Garzón en los años de Samper, estelarizando al loco, extremista 8y entre líneas, sarcástico)conservador Godofredo Cínico Caspa, de verdad. Por un instante quise divertirme más y lo leí tratando de emular el personaje del difunto crítico. Después empecé a ver con más profundidad el asunto. ¿Será una burla?, ¿estará mamando gallo? No creo. El objetivo central del texto es mostrar cómo la Constitución nuestra, la del noventa y uno, se urdió en un ánimo por consagrar un amplio espectro de derechos sin darle un recíproco número de deberes. Esto conlleva (y citan al profesor José Galat), a caer entonces “en un individualismo irresponsable, en demagogia y en una tiranía”.
Vamos entonces por partes.

Para el autor es un desequilibrio abismal el hecho de que una Constitución consagre “ochenta y tres artículos para libertades, pero sólo uno para deberes”. En la práctica estos derechos requieren de mucha financiación, lo que hace del texto constitucional un intento demagógico y populista, conductor a la anarquía. Ah bueno, en algo sí estoy de acuerdo con este señor, y es que es verdad, en Colombia los derechos son muy difíciles de adquirir, y en muchos casos se han vuelto letra muerta, eficacia simbólica, entelequias, embelecos. Pero eso no es un error del texto, sino de la falta de apersonamiento que tenemos por él. Acá, no me caben dudas, debemos recordar que hay vida, y consagrarla por escrito, para que de alguna manera nosotros mismos usemos los mecanismos para protegerla. Cuando haya libertad, dignidad, vivienda, justicia, paz y dejen de ser espejismos gracias a nuestras propias acciones, entonces me pueden envolver el librito y mandármelo para el chorizo. Pero hoy no. Porque de eso no hay absolutamente nada.

¿Ahora a qué deberes se refiere mi amigo en su texto?, ¿cuáles?, dígame cuáles porque de verdad no se me ocurre nada. ¿Cómo los que ya hay en el ordenamiento civil por ejemplo?: “Las abejas que huyen de la colmena y posan en árbol que no sea del dueño de esta (sic), vuelven a su libertad natural(…)” O las del Código Penal: “el que matare a otro”, o de las del Código de Comercio: “En los negocios mercantiles, cuando fueren varios los deudores se presumirá que se han obligado solidariamente.”
Yo tengo una duda, ¿cuáles deberes?, o sea, ¿faltan deberes en el ordenamiento?, o ¿faltan en un texto normativo superior como la Constitución? ¿Derogamos todos los códigos y leyes vigentes y hacemos un sólo compendio constitucional?, yo la verdad no le entiendo nada. ¿Deberes como ciudadanos?, ¿deberes respecto del ejercicio de vivir? No entiendo. Debería decir cuáles para hacernos esta faena más interesante.
Dice lo siguiente: “la carta política de los colombianos es una constitución individualista, antifamiliar, narcofílica, centrífuga, feudalizadora, antipresidencial, clientelista y anarquista”.

Como dijo un amigo ¿Qué carajos significa que una Constitución de un país sea centrífuga? Lo que más me gusta preguntar a mí es el por qué de las cosas. Y a cada uno de estos adjetivos que expone con tan poca rigurosidad el autor me gustaría preguntar aún más: ¿Por qué todos?, a ver, uno al azar…… ¿por qué diablos anti – familiar? Son un montón de calificaciones sin explicación. Ya, eso es. Nada más. Dejemos así a ver si alguien lo lee y lo comparte. No, no, no, no, no. Así no son las cosas. Menos si lo dice en ese tono tan altanero. A ver, ¿por qué? Y ahí sí entramos a discutir como se debe.

Al final suelta esta maravilla: “los pueblos pueden soportar hasta la tiranía, pero no el desorden permanente, la impotencia de la autoridad y de la institucionalización de la anarquía”, otro enemigo de los matices, rasgo característico de la personalidad colombiana. Pues no. A mí no me gusta ni la tiranía, ni el desorden. Además qué tal éste, echándole la culpa a la Constitución el hecho de que vivamos en una anarquía (porque eso sí es cierto, en ese régimen vivimos), si eso hace parte de nuestra idiosincrasia histórica. Acá todos hacen y han hecho lo que les da la gana. ¿O no despedazaban seres humanos por cuenta del bipartidismo estúpido hace cincuenta años?, ¿o candidatos a la presidencia no mandaban apagar el país para robar elecciones a otros? O ¿Pablo Escobar y la guerrilla y los paras no existían? Tan fácil que es encontrar un chivo expiatorio.

Mi amigo, éste es el país más loco del mundo, tenemos la suerte y la desdicha de vivir en él. Y bueno, ¿qué tiranía pueden soportar los pueblos?, porque mi colega al principio dijo que la Constitución nuestra llevaba a una tiranía (¿Lo recuerda el lector?). Ahora me salió con inconsistencias en el texto.

Lo único que quiero saber es qué tipo de Constitución quiere tener. Pues sí, al final en un párrafo dice: “inspirada en los altos valores espirituales y morales del cristianismo y que en realidad cambie el sistema por uno más justo, honesto y auténticamente democrático……” , pero eso es decir prácticamente nada. Es una aspiración botada al aire (al papel, mejor) que no propone nada.
El cristianismo…..católico, me imagino, el de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, la que torturaba gente en los sótanos de los templos de los pueblos colombianos de Boyacá, la que tiene al interior a curas pederastas que violan los derechos de los niños violando a los niños. ¿Con esos valores o con los que pregona en la misa?, no matarás (ya está), no robarás (ya está) no codiciarás a la mujer del prójimo (para dicha mía no está). Pero bueno, pasemos del chiste. Yo creo en Dios, y en un Dios muy cristiano aunque no me lo crean. Lo que más me gusta de creer en Él (aparte de todas las razones espirituales claro) es que tengo la libertad de no creer. O de creer en el ascenso espiritual e interior del budismo, o en las enseñanzas del Corán siguiéndolas al pie de la letra, o en el paraíso terrenal prometido por los testigos de Jehová o en el dios de Fernando Vallejo, el Señor Satanás que sobre la noche reina.

Lo que se me dé la gana, que no es anarquía, sino libertad. Y entre todos esos decidí creer en uno. Pero no para que se lo impongan a todos por Ley, y mucho menos por Constitución, eso es un abuso. ¿Y entonces los que no creen? Yo me salvaría a pesar de mi actitud irreverente. Pero, ¿y los que no creen? ¡a las mazmorras! Que por algo están todavía en los sótanos de las Santas Iglesias Católicas Apostólicas Romanas. ¡A confesar! Y así volvemos al pasado, porque todo tiempo pasado fue mejor: “A los acusados los encerraban en celdas aislados, les impedían ver a los familiares y les ocultaban los nombres de sus acusadores. Al que no confesaba pronto le aplicaban como aperitivo las empulgueras, unas abrazaderas que se cerraban con un tornillo y que iban triturando y dislocando dedos. ¿No confesaba? Lo pasaban entonces a las botas quiebratibias, para sentarlo luego en la silla ardiente a descansar: una silla con una hornilla bajo un asiento metálico erizado de clavos afilados que se calentaban al rojo vivo. ¿Seguía sin confesar? Le dislocaban entonces los brazos y las piernas en la rueda o en el potro de la tortura” ¡Qué lindo, qué lindo!, ¿Saben qué? Me uno al proyecto con una condición, denme ejemplos de la nueva Constitución, porque la verdad madera para burlarme de la gente tengo mucha, pero espacio acá no tanto. ¿Cuál es el proyecto?, la idea, el espíritu, el principio rector sobre el que se establece. Cuenten.

Mockinpott y el mundo. Por Andrés Páramo

La Universidad de los Andes organizó una muestra de su mejor repertorio teatral la semana antepasada. Entre obras cómicas y excéntricas se presentó una de las más emblemáticas: “De cómo el señor Mockinpott consiguió librarse de sus padecimientos” de Peter Weiss. Tanto bombo y renombre le han hecho, le hacen y le harán (espero), que estuve resuelto a asistir con la mayor puntualidad de todas.

Entra entonces Mockinpott (a quien nadie nunca se referirá por su nombre de manera correcta), encarcelado, malviviente, sufriendo una dura condena por estar en la calle a plena luz del día sin cometer ningún delito. Un abogado lo visita y Mockinpott le implora que lo saque de tan arduo padecimiento. El abogado (como los de la vida real) le pregunta en primer lugar si hay dinero para los honorarios. La discusión de la gallina y el marrano: la gallina pone el huevo y el marrano el chicharrón; Mockinpott termina quedándose sin un céntimo. Éste es el precio para que se le haga justicia, la pérdida total de su efectivo. Mockinpott le dice que lo escuche para que lo defienda bien, pero el tinterillo éste le responde que él mirará en los papeles. “¡Los papeles están mal!....¡Dicen Mentiras!” Sé que el pobre hombre no miente: los papeles dicen mentiras. Lo incriminan a él cuando su único pecado ha sido no ajustar en esta sociedad, estar salido del molde.

Dejándolo pobre, sin dinero, (como los abogados de verdad) lo sacan a la calle con sus pertenencias. Y de ahí en adelante se da la sucesión de una serie de desventuras para Mockinpott, al mejor estilo del humor de los años cincuenta, excelentes actores, persecuciones policiales cómicas y un aviso gigante en lo alto del escenario describiendo con palabras el cuadro que el público puede ver. Mockinpott se enfrenta a las quimeras del mundo: las relaciones maritales, el trabajo justo tratado como derecho, la política, los gobiernos, la religión, la medicina que le quita medio cerebro porque lo cree loco y lo conmina a una vida de risa en medio de la infelicidad, y las demás presentes en el repertorio.

Durante esta cadena de desdichas, Chorizo (su compañero de escena) le aconseja que vaya a donde los gobernantes, ya que ellos por fuerza deben atenderlo, puesto que es mandato suyo escuchar a sus representados. ¿Y qué pasa? Nada. Lo ignoran de la manera más vil y escrupulosa, tomando whiskey y engordando sus bolsillos a costa del patrimonio público. No lo escuchan, pero sí hacen una proclama, para que el pueblo crea que hacen algo cuando no hacen nada. Suena entonces una cacofonía de expresiones muy actuales: “falsos positivos”, “me salto la frontera”, “le doy en la cara, marica”, “secuestros”. Y así, y así, y así. Generando en el público un estallido en risas, en esa risa indomable que sabe burlarse de los más trágicos y reales problemas propios. Y luego, adiós. No atienden al pobre. Sólo le queda algo a nuestro desdichado, que camina por cierto con los zapatos al revés (el izquierdo en el pie derecho y el derecho en el pie izquierdo) ir a donde el mismísimo Dios y darse cuenta que él no lo ayuda tampoco, que no sabe quién es, que es incapaz de atenderlo (el Ser Supremo sale corriendo).

Mockinpott acá cesa su risa y empieza a desmedrar de todo lo que le pasa, por qué le pasa esto al pobre, ¿cómo podría encontrar el fin de sus padecimientos? Lo sabe y lo encuentra: las cosas son como son. No hay otra salida que adaptarse a la sociedad, al modelo de hombre que se quiere, a la costumbre endemoniada que todo lo vuelve a los ojos como si fuera “normal”. Al desdichado Mockinpott sólo le queda esa salida, no puede ser otra. Para respiro mental de todos nosotros, los que estamos pegados de la silla, con el alma en vilo, el hombrecito duda al ponerse los zapatos de nuevo, se los pone, ahora camina bien, pero los sigue portando al revés como a el le gusta y sale por fin librado.

No podría ser mejor esta obra. Es espectacular desde todo punto de vista: sus actuaciones, su escenario, su letra maravillosa en verso, su comedia trágica y espeluznante, su alma propia. Invito a todos los que leen a verla y repetirla. Invito a los que la hacen que le sigan dando el merecido bombo que le han hecho.

¿El círculo de opinión política?. Por Ana Bejarano

El 25 de Septiembre del 2008, me preparé para asistir a una supuesta conferencia sobre el Holocausto del Palacio de Justicia, donde figuraba una discusión con el Coronel Plazas Vega. Como la cosa pintaba interesante, invité a dos compañeras Uniandinas. Al darnos cuenta de que la “conferencia” era en el Cantón Norte, todo empezó a ir cuesta abajo.

Cuando logramos pasar por las quince revisiones de seguridad y llegar al salón donde se ofrecería la conferencia, él estaba ahí. Es un hombre imponente, e imponentemente se acercaba hacia nosotros. Si no hubiésemos estado rodeadas por militares -en un cuartel militar- hubiese salido corriendo, pero ya era muy tarde, él estaba ahí, mirándonos, buscando una respuesta en nuestros ojos intimidados y esquivos. “¿De dónde vienen las niñas?” preguntó el Coronel. Una de mis amigas, respondió, “de Los Andes…derecho”, tratando de cerrar la conversación. “¡Ah! Los Andes, y ¿quién está de Decano allá?”. “Eduardo Cifuentes”, respondió mi otra amiga, “el Magistrado”. “Sí, claro que lo conozco, él permitió el homosexualismo en las fuerzas militares. Una gran amenaza para la fuerza.” Y sin el menor de los reparos el Coronel continuó, “es que realmente no tengo nada en contra de los homosexuales, porque ¿Cómo tener algo en contra de los enfermos? A las personas enfermas no hay que castigarlas, hay que ayudarlas. Por eso no entiendo por qué ahora les dio [es decir a aquéllos que crearon y defienden el derecho constitucional a escoger su orientación sexual y no ser perseguido por ello] por decir que los homosexuales son normales y que hay que aceptarlos. ¡No! Hay que ayudarlos, pero no dejarlos que anden por ahí así.”
Cuando el Coronel finalizó su diatriba, las tres estupefactas nos miramos silenciosas. “Bueno mis niñas, que disfruten la conferencia.” En ese momento decidimos quedarnos solamente para ver qué pasaba. Creímos que era el momento para demostrar la tolerancia que tanto profesamos, pues ejercerla en un salón de la Universidad de Los Andes donde las profesoras y profesores enseñan y ejercen la libre expresión con respeto, no es lo mismo que en este cuartel militar, rodeada por militares, tomando nota atenta a las ideas de Plaza.

La conferencia empezó, y uno de los adoradores de Plazas tomó la palabra y explicó que la razón de ser de esta conferencia era la “forma lamentable y triste en que la Fiscalía ha perseguido al Coronel Plazas, por los hechos del Palacio de Justicia donde él no hizo más que proteger la vida”. Además dijo que este juicio era “el fraude judicial más grande de Colombia” y por lo tanto, por medio de ésta, entre otras conferencias, el Coronel Plazas tendría la posibilidad de “desengañar a la opinión pública.” Así empezó un sermón sin fin, donde Plazas -historiador- reconstruiría las verdades de nuestro país y de los hechos del Palacio de Justicia, para demostrar su inocencia. Empezó por explicar que la ignorancia, más los malos gobiernos, más los políticos irresponsables, más la pobreza, eran un caldo de cultivo para la izquierda global, y de ahí todas las desgracias de nuestro país. Después glorificó a las fuerza militares como la expresión del pueblo en armas; ¿cuál pueblo? Por lo menos no el pueblo al que yo pertenezco o quiero pertenecer. ¿Acaso nuestro pueblo se expresa por medio de aquellas fuerzas que se reúnen para armar falsos positivos a costa de la población civil? Después explicó que los soldados defienden a la Patria y no a los Derechos Humanos, ya que éstos son argumentos políticos de la izquierda. Cuando terminó de explicar al atento público del Opus Dei -y a nosotras tres- toda su justificación, defendió a capa y espada al Papa Benedicto y confesó avergonzarse de su religión por personajes tales como el cura guerrillero Camilo Torres.

Es absolutamente increíble que una persona que está sindicada, como lo está Plazas, pueda ofrecer conferencias desde su lugar de detención en estas condiciones, pero ése es un problema de la Fiscalía.

No puedo, sin dejar de ser consecuente con lo que creo y aprendo día a día en mi Facultad, criticar el hecho de que un público de ultra derecha se reúna a ver cómo un líder de la ultra derecha, reconstruye el país desde sus ojos. Plazas tiene todo el derecho de pensar aquellas cosas, incluso de reunirse con sus amigos y discutirlas, ese derecho lo consagra nuestra Carta tanto para Plazas como para cualquier otro ciudadano. Además Plazas tiene todo el derecho de creer en su inocencia y defenderla a toda costa. Lo que no entiendo es, por qué debe ser con el auspicio de La Universidad de Los Andes. Porque todavía no les he contado el más importante detalle: mientras el sindicado hablaba, un afiche con el logo de nuestra Universidad colgaba a su lado. Eso es lo único que encuentro verdaderamente reprochable.

SÍ. El evento había sido organizado por un selecto grupo de estudiantes de nuestra Universidad, entre otras. El ‘Círculo de opinión política’ se tomó la libertad de organizar esta conferencia en nombre de nuestra Universidad, nombre que Plazas repetía incesantemente cuando se refería a los organizadores del evento. Yo personalmente sí quisiera saber quiénes son estos estudiantes y si realmente es un grupo de discusión política o simplemente una manera para disfrazar un grupo de ultra derecha. Si realmente son un grupo de ultra derecha, pues que conformen un grupo que se llame Círculo de Ultra Derecha de estudiantes de la Universidad de Los Andes, pero que no traten de engañar al público con una falsa pretensión de neutralidad planteando que son un grupo de discusión política. ¿O es que acaso después de esta conferencia organizaron otra con las víctimas y familiares de los desaparecidos del Palacio de Justicia? Me inquieta saber quiénes son estas personas que organizan este tipo de eventos en mi nombre y en nombre de mis compañeras y compañeros, quién los patrocina, cuál es su razón social. Y por último pedirles que llamen a las cosas por su nombre, a las conferencias: conferencias, y a los mitines de propaganda política de la derecha: mitines de propaganda política de la derecha. Finalmente, si estos incógnitos quieren asistir a estos eventos que lo hagan, que los patrocinen y que los promuevan, pero no en nombre de mi Universidad, una institución apolítica, que cobija una comunidad de todo tipo de personas, incluso a aquellos supuestos “enfermos” a los que se refería Plazas Vega e incluso aquellos que nadamos en ese “caldo de cultivo para la izquierda global”.

Lástima que a los organizadores se les escapó un pequeño detalle, fue ahí en el Cantón Norte donde sucedió una de las más grandes victorias del M-19. Como lo explicó Plazas, de una manera absolutamente uribista, fueron “esos guerrilleros que ahora legislan” quienes llevaron a cabo el robo de armas del Cantón Norte, el lugar no podría estar más cargado de ironía. Pero claro, otro escenario sería imposible, pues supuestamente este lugar sirve de cárcel para el Coronel Plazas.

Adenda: Esta columna de OPINIÓN fue censurada por el periódico “AL DERECHO” de la Facultad de Derecho de esta Universidad. Antes de leerla, algunos miembros del Consejo Editorial se negaron a publicarla, vetando mi nombre y mis preferencias ideológicas. Luego, cuando la conocieron, reiteraron su decisión. Requeridos para que la publicaran, anunciaron que la divulgarían conjuntamente con otra columna que sobre el mismo tema pedirían a un pariente del General Plazas Vega, lo que por supuesto es inaceptable, pues con tal procedimiento mi opinión quedaría refutada por parte interesada, quien así gozaría de la ventajosa solución de controvertirme sin permitirme responder. Es lamentable que unos pocos se apoderen de los medios de expresión estudiantil. A mis colegas, futuros abogados, ojalá aprendan a poner en práctica las normas constitucionales que tanto pregonan, pero que a la hora de la verdad, tanto atropellan. Ojalá nuevo director del periódico, se encargue de corregir el precedente de intolerancia que han construido sus predecesores. Seguramente será Leal a su nuevo cargo y la responsabilidad que con él asume.

El ius mamandi galli. Por Natalia Orduz

A veces unas pocas palabras sirven para condensar una previa percepción oscura, difusa y confusa y a veces también sirven para pasarla a un lente quizás más cómico o tristemente, más trágico. Pero con certeza, lo más interesante que pueden llegar a hacer es señalar ingenuamente, tiernamente y torpemente, como aquel niño que descubrió al rey desnudo del cuento de Andersen, una verdad un poco simple y ridícula que imaginamos disfrazar con ropajes muy vistosos, dorados y sedados.

Hace poco tuve un encuentro que me reveló una de aquellas pequeñas verdades, ¿y maldades? de la carrera que estudio: el derecho. Tuve que entrevistar a un amigo abogado sobre un tema laboral. A la pregunta de cómo podía una empresa evitar que los trabajadores hicieran uso de una figura jurídica que los favorecería probablemente a costa de la empresa, me respondió: simple, se aplica el ius mamandi galli a la norma.

La expresión ius mamandi galli es a su vez un ius mamandi galli. Quien quiera que abra un libro común y corriente de doctrina del derecho o una sentencia común y corriente, podrá encontrarse un lenguaje tosco, tedioso y tremendamente lleno de expresiones en latín, que puede producir en el ilustrado que lo lee una sensación de placer y poder (por el poder de entender), como también una sensación de sopor o temor en quien no entiende ni siquiera qué es ius (explico, el ius es una forma de referirse al derecho o a lo jurídico, es la raíz latina de jurídico).

¡Qué adornado y elegante que suena el ius mamandi galli! ¡Y qué doctas y fuertes se escuchan las palabras, conceptos y opiniones sentenciadas por un abogado! A los ojos de cualquier no abogado son impenetrables como la armadura de un guerrero medieval. Y las personas que merecen el cielo, por su fe ciega, se imaginan que ese guerrero lucha por la justicia de todos. ¿Y bien?

Bueno, ejem… los que estamos por dentro de la armadura somos muy orgullosos. Queremos mantener bellísima, fuerte e intacta nuestra armadura. Y eso no está mal. Buscamos las expresiones más finas y delicadas, nos centramos en los análisis de costura del disfraz, luchamos arduamente porque no se vaya a descocer, muy bien. Y luchamos mucho. ¿Y la lucha por la justicia? Mmm, en esa nos reservamos del derecho del ius mamandi galli a la norma.


Para el siguiente artículo necesito la colaboración de los lectores uniandinos. Si quieren, respondan a la pregunta: ¿si la universidad de los Andes fuera una persona, cómo sería su carácter, su aspecto físico, sus ideales, sus costumbres etc? Envíen sus respuestas muy breves al correo: …. (tengo que abrir una cuenta para esto) y esperen los resultados en el próximo artículo. Gracias.