sábado, 8 de agosto de 2009

Crónicas del Transmilenio. Por Andrés Páramo

Todos los días. Todos los húmedos y grises días de esta mustia ciudad mía, me veo en la necesidad tediosa de transportarme en el busecito rojo de esta nueva oleada de convivencia ciudadana y transporte masivo que se nos vino encima. El problema hasta ahora, desde mi perspectiva claro, es que Transmilenio no representa, ni lo uno, ni lo otro. Aparte de ser el producto de un sinnúmero de obras hechas de una forma mediocre y a las patadas, ostenta la graciosa particularidad de tener defectos por todas partes: desde las actuaciones de sus gestores, hasta el terrible uso que le dan sus usuarios. (Ojo, podrá todo estar mejor que en el pasado, pero eso no le quita lo ramplón ni tampoco todo lo que vengo a decir acá)
Lo maravilloso es que la problemática entera puede ser apreciada en un solo viaje. Todo empieza con una tarifa desmedidamente cara, igual de costosa que la del metro de Medellín (algo que no tiene comparación alguna. Allá, a diferencia de acá, existen horarios fijos, rutas fijas y una pulcritud deslumbrante) y mucho más cara que la de un bus ordinario, diferencia considerable, si se tiene en cuenta el número de viajes por semana, y la capacidad económica de la mayoría de los bogotanos.
Ya adentro de la estación y cancelado el valor del pasaje no se puede andar en reversa, no hay modo de arrepentirse, no hay marcha atrás, hay que seguir adelante y encontrar el mapa en donde se encuentran alojadas, bellas y coloridas, las rutas que muestran cómo las vías atraviesan la ciudad. No es tan difícil en realidad descifrar el mapa y saber qué bus coger, además siempre hay alguna persona dispuesta a indicarle a los nuevos usuarios las rutas disponibles (Como decía un profesor, no hay nada tan malo que no tenga algo de bueno).
Luego de ubicar la ruta y pararme en el portón que me corresponde sólo hago una cosa: esperar, esperar y esperar. Me daba risa el día que en EL TIEMPO salió como primera página el encabezado rimbombante de: “Del Portal del Sur al Portal del Norte en cuarenta minutos”, es gracioso porque la verdad está a medias. ¡Sumen colombianos hijos de su madre, sumen! Pero claro que el bus se demora cuarenta minutos, ¡es rapidísimo!, haciendo claro la siguiente salvedad: se demora eso desde que uno pone las paticas adentro del bus y se cierran las puertas, hasta que uno las pone afuera y se cierran las puertas tras de uno. No nos dice cuánto se demora el bus en recoger a las personas que esperan en la estación del Portal del Sur. Ni mucho menos va a decir cuánto se demora una persona en llegar desde su casa hasta el Portal del Sur con ayuda del alimentador. Entonces, hagamos cuentas. A esos cuarenta minutillos de EL TIEMPO, sumémosle el resto de verdad que le falta a la ecuación, a ver cuánto nos da. Ah matemática, cómo me ayudas siempre que te necesito.
Ahora, ¿por qué se demora tanto el bus en recoger a mis conciudadanos?, la respuesta es tan sencilla como cierta: no hay buses. No hay. A estos genios de la administración les da por echar cemento como locos, como Peñalosa el loco, construyen cinco, diez, quince vías nuevas cometiendo el pequeño error de dejar la misma cantidad de buses con la que empezaron la primera. ¿O así no pasó cuando abrieron la Avenida Suba?, porque yo sí me acuerdo. Yo vivo cerca.
Entonces qué tenemos: una tarifa alta que es la que sostiene el sistema, pagada por las mismas personas a las que embuten como en una lata de sardinas. ¿De qué hablaría Joel Bakan si le contáramos?: “The Corporation”. Y como bien diría un amigo mío: “negocio redondo mijito”.
Pero la crónica no se agota acá. Después de subirse al bus, batallando, se empiezan a ver los desperfectos por el camino. Estaciones en reparación perpetua, otras llenas durante tiempos muy largos, lozas rotas de las que habían dicho que iban a durar años y años (Según un último informe, la loza demora un mes en repararse. Matemáticas hermosas). Cada vez que mi transporte coge uno de esos huecos de las lozas, maldigo al que inventó y prometió, porque algo que odio yo es que no cumplan lo pactado. Pero claro, yo a quién le pido cumplir promesas, si me enfrento nada menos que con la ética de la Administración Pública, pequeño y desinteresado sector que de todos es el más corrupto. Ah y casi se me olvida la joya de esta obra, la que no me permite dejar de quejarme nunca: la vía a Usme. Que de la última estación hasta el Portal, deja un espacio como de veinte a treinta cuadras sin paradas (donde vive gente señor lector, como tú o como yo) y sin carril único para el bus rojo del transporte masivo. Ahí sí se le olvidó a Peñalosa echar cemento como un loco, como el loco que es ¿por qué será?
Y el transporte sí que es masivo. Gente por montones. Espantosamente por montones. La turbamulta por lo general hace cosas estúpidas, piensa de manera torpe, es irascible, es incontenible, es colérica, es ridícula. Más en situaciones como ésta del transporte, en el que todos tienen afán, un afán que sumado, multiplicado, da como resultado actos inexplicables y faltos de lógica. Como los animales, o peor tal vez. Las hormigas, por ejemplo, lo hacen muchísimo mejor cuando van en grupo.
Estoy de primero en la fila esperando a que pase mi bus. Abren las puertas, las personas de adentro están ávidas por salir, y mi lógica simplista me indica “muchachito remilgado, para que puedas entrar y permanecer allí, deberás dejar salir a la gente que está adentro. Una vez hecho esto, podrás ingresar cómodamente al bus”, pero tan rápido como lo pienso están empujándome por detrás; ¿por qué lo hacen Virgen Santísima?, de verdad que no entiendo. ¿Seré yo el loco de esta historia o será Peñalosa o Lucho o Samu el nieto? Y mejor me quedo callado y no les digo nada, no vaya y sea que me apuñalen estos bárbaros y me maten, así como sucedió con aquel joven que le gritó a otros dos muchachones que no se orinaran dentro de la estación.
Desde mi estación veo salir muchas personas del bus que me sirve. Apenas la última abandona el carrito, su interior está exactamente igual a cuando se abrieron las puertas, algo físicamente imposible. Y lo es. Hay una lamentable ilusión óptica: el bus no está igual de lleno en todas partes. Sino sólo al principio, en sus puertas. Las personas que están ahí, no son capaces, no les llega la chispa que les dé la idea de moverse hacia el centro, pero tampoco la de dejar pasar a los de afuera, es el recelo por la incomodidad. El viejo problema del ser humano de no poder convivir con los demás. Adentro hacen muchas cosas, roban, matan, empujan, insultan, no ceden las sillas azules a los adultos mayores o a los discapacitados, entre otros mil ejemplos.
El sistema todo está pensado para que las personas actúen de forma cívica, como ciudadanos de un país civilizado. El problema es que los dejaron a la deriva, algo que no se puede hacer. Se concentraron más en el negocio, en el palustre y en el pavimento que en hacer buenos ciudadanos. En una conferencia el profesor Mockus hizo una analogía perfecta: “imagínense ustedes una familia donde no le hablan al niño porque el niño todavía no habla”, acá es así.Nos tienen que hablar como ciudadanos, instruirnos, y tratarnos como a niños pequeños con mimos y con Alcaldes casándose encima de un elefante. Si no, entonces, ¿cómo aprenderemos? La categoría de ciudadano no se gana por el simple hecho de ser mayor de edad, es un proceso mucho más complicado que necesita un desarrollo paralelo al de las construcciones de edificios, vías, carreteras y estaciones. Hay que educar a los ciudadanos para que actúen como tal. Por eso es que no tiene sentido hacer cien bibliotecas si la gente no sabe leer ni escribir. El proceso debe seguirse de una forma paralela. Digo yo.
Tenemos entonces dos problemas: uno de corrupción, denunciable pero incorregible desde aquí. Y otro de convivencia ciudadana y cultura cívica, ése sí se pueden poner a pensarlo. Y bueno la única razón por la que escribí esto: los que lo lean y monten en ese bus rojo, tan rojo como el infierno que es, si están cerca de las ventanas, ábranlas por favor. Sólo eso pido amiguitos míos. Mi bendición para todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario