sábado, 8 de agosto de 2009

Mockinpott y el mundo. Por Andrés Páramo

La Universidad de los Andes organizó una muestra de su mejor repertorio teatral la semana antepasada. Entre obras cómicas y excéntricas se presentó una de las más emblemáticas: “De cómo el señor Mockinpott consiguió librarse de sus padecimientos” de Peter Weiss. Tanto bombo y renombre le han hecho, le hacen y le harán (espero), que estuve resuelto a asistir con la mayor puntualidad de todas.

Entra entonces Mockinpott (a quien nadie nunca se referirá por su nombre de manera correcta), encarcelado, malviviente, sufriendo una dura condena por estar en la calle a plena luz del día sin cometer ningún delito. Un abogado lo visita y Mockinpott le implora que lo saque de tan arduo padecimiento. El abogado (como los de la vida real) le pregunta en primer lugar si hay dinero para los honorarios. La discusión de la gallina y el marrano: la gallina pone el huevo y el marrano el chicharrón; Mockinpott termina quedándose sin un céntimo. Éste es el precio para que se le haga justicia, la pérdida total de su efectivo. Mockinpott le dice que lo escuche para que lo defienda bien, pero el tinterillo éste le responde que él mirará en los papeles. “¡Los papeles están mal!....¡Dicen Mentiras!” Sé que el pobre hombre no miente: los papeles dicen mentiras. Lo incriminan a él cuando su único pecado ha sido no ajustar en esta sociedad, estar salido del molde.

Dejándolo pobre, sin dinero, (como los abogados de verdad) lo sacan a la calle con sus pertenencias. Y de ahí en adelante se da la sucesión de una serie de desventuras para Mockinpott, al mejor estilo del humor de los años cincuenta, excelentes actores, persecuciones policiales cómicas y un aviso gigante en lo alto del escenario describiendo con palabras el cuadro que el público puede ver. Mockinpott se enfrenta a las quimeras del mundo: las relaciones maritales, el trabajo justo tratado como derecho, la política, los gobiernos, la religión, la medicina que le quita medio cerebro porque lo cree loco y lo conmina a una vida de risa en medio de la infelicidad, y las demás presentes en el repertorio.

Durante esta cadena de desdichas, Chorizo (su compañero de escena) le aconseja que vaya a donde los gobernantes, ya que ellos por fuerza deben atenderlo, puesto que es mandato suyo escuchar a sus representados. ¿Y qué pasa? Nada. Lo ignoran de la manera más vil y escrupulosa, tomando whiskey y engordando sus bolsillos a costa del patrimonio público. No lo escuchan, pero sí hacen una proclama, para que el pueblo crea que hacen algo cuando no hacen nada. Suena entonces una cacofonía de expresiones muy actuales: “falsos positivos”, “me salto la frontera”, “le doy en la cara, marica”, “secuestros”. Y así, y así, y así. Generando en el público un estallido en risas, en esa risa indomable que sabe burlarse de los más trágicos y reales problemas propios. Y luego, adiós. No atienden al pobre. Sólo le queda algo a nuestro desdichado, que camina por cierto con los zapatos al revés (el izquierdo en el pie derecho y el derecho en el pie izquierdo) ir a donde el mismísimo Dios y darse cuenta que él no lo ayuda tampoco, que no sabe quién es, que es incapaz de atenderlo (el Ser Supremo sale corriendo).

Mockinpott acá cesa su risa y empieza a desmedrar de todo lo que le pasa, por qué le pasa esto al pobre, ¿cómo podría encontrar el fin de sus padecimientos? Lo sabe y lo encuentra: las cosas son como son. No hay otra salida que adaptarse a la sociedad, al modelo de hombre que se quiere, a la costumbre endemoniada que todo lo vuelve a los ojos como si fuera “normal”. Al desdichado Mockinpott sólo le queda esa salida, no puede ser otra. Para respiro mental de todos nosotros, los que estamos pegados de la silla, con el alma en vilo, el hombrecito duda al ponerse los zapatos de nuevo, se los pone, ahora camina bien, pero los sigue portando al revés como a el le gusta y sale por fin librado.

No podría ser mejor esta obra. Es espectacular desde todo punto de vista: sus actuaciones, su escenario, su letra maravillosa en verso, su comedia trágica y espeluznante, su alma propia. Invito a todos los que leen a verla y repetirla. Invito a los que la hacen que le sigan dando el merecido bombo que le han hecho.

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